El orgullo patrio está ofendido porque los guiñoles franceses han hecho mofa de nuestros ases del deporte Contador, Nadal, etcétera. El gobierno no ha perdido la ocasión de quejarse ante la gabachada por un trato tan denigrante e impropio, practicando de paso un populismo nacionalista tan rancio y patético como el la época Aznar y la machada de la isla de Perejil.
Mientras una buena parte de la Nación se indigna y clama junto a su gobierno por el buen nombre del deporte patrio, por otro lado nuestros jueces machacan a Garzón y abren los barrotes de la jaula Gurtel, y Rajoy y sus ministros afilan la hoja de la navaja para cercenar los derechos laborales de raíz y definitivamente.
Será que no soy un buen español, porque las gracietas de los guiñoles me parecen inocuas, pero, sobre todo, no debo de serlo puesto que lo que me indigna es la negra imagen que nuestra Justicia proyecta hacia el exterior, y la desfachatez de nuestros gobernantes diciendo una cosa fuera y la contraria dentro sin que se les caiga la cara de vergüenza.
A mí, el perejil, en los guisos. En este punto no tengo recato en declararme patriota.
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