Ramoncín es un personaje
que concita antipatías allí por donde pasa. Su talante no le ayuda, ni su
errática trayectoria pública. Ahora ha sido pitado por una parte del público
del concierto soberanista del sábado 29 de junio en el Camp Nou. Sin embargo,
los pitidos se produjeron específicamente en dos momentos de su intervención,
lo que demuestra que no se le pitó por ser quien es, sino por lo que dijo.
El primer episodio se
produjo cuando clamó un “Visca Catalunya y viva España republicana”. A nadie se
le escapa que la pitada se debió a la escucha de la palabra España, puesto que
nadie en aquel recinto protestaría por dar vivas a Cataluña, ni tampoco por la
mención republicana. Estando así las cosas, por mucho que otro sector del
independentismo quiera dar la imagen de que se está por un proceso integrador y
tolerante, en realidad existe en su seno un poso de rechazo visceral,
antiespañol sin matices, que delata las dificultades para un entendimiento
futuro entre el estado español y un hipotético estado catalán. Si ese papanatismo
se hiciera con las riendas del proceso es como para provocar sudores fríos. Y
no está tan lejos como pudiera parecer.
El segundo momento vino a
raíz de un desafortunado “Viva Cataluña y viva Palestina”. Digo desafortunado
porque la situación de Cataluña y la de Palestina no tienen nada que ver, no
creo que haya que argumentarlo. Sin embargo, no se le pitó por haberse pasado
de frenada, por supuesto. Creo que Ramoncín, sin pensar demasiado, quiso lanzar
un mensaje solidario hacia un pueblo manifiestamente oprimido, y que se le pitó
porque dicha solidaridad no existe para un nutrido ámbito independentista. El
decantamiento de CiU hacia el lado del todopoderoso Israel es constatable,
también en otras tendencias. En realidad, este movimiento no es una rebelión
popular contra las élites de poder en España, como algunos se empeñan en creer
o hacer creer, sino una rebelión de las clases medias y medias-altas como
respuesta a una situación económica de incertidumbre. Es una reacción
homologable a la que se promueve en Alemania hacia los países del Sur. También,
es evidente, tiene una componente de indignación ante el afán recentralizador
de un PP insensible e insensato.
No sé si el rey del pollo frito salió escaldado,
pero debería pensárselo dos veces antes de meterse en berenjenales. Bastante
tiene con las sospechas sobre trapicheos en la SGAE y otras lindezas… Pero
quiero romper una lanza a su favor. Nunca olvidaré sus conciertos de finales de
los ochenta, cuando estuvo cerca de ser el Springsteen español, dándolo todo en
el escenario durante tres o más horas, como hizo en Santa Coloma de Gramenet
una noche de Festa Major en la que, después de los bises, cuando ya nos
marchábamos ahítos de rock&roll, volvió a salir al escenario gritándonos:
“Pero adónde vais”. Y allí siguió con su banda un buen rato más, en pleno
éxtasis. De aquella época nos legó uno de los mejores discos de directo que
jamás se hayan registrado por aquí: Al
límite, vivo y salvaje (BMG, 1990). Inolvidables también su disco La vida en el filo, de 1986, y algunos
himnos como Hormigón, mujeres y alcohol,
de 1981.