Este mes de agosto puede que sea recordado por muchos como el mes de las vacaciones más extraordinarias o más insufribles de su vida. Lo que es seguro es que para la mayoría ha sido un mes de grandes y graves noticias. Uno de los temas en el candelero es el relativo al déficit público, un motivo de debate interesado con un claro sesgo ideológico muy preocupante. Las posturas partidarias de evitarlo mediante reforma constitucional están jugando sucio haciéndonos creer que es de lo más razonable. ¡Mienten! El déficit público permite al Estado hacer inversiones que serían imposibles si sólo pudiera contar con los ingresos tributarios de cada año. De la misma manera que una familia se tiene que endeudar para adquirir una vivienda, el Estado tiene que endeudarse para construir un complejo hospitalario o una autovía. De la misma manera que una familia no tendría que endeudarse para comer o vestirse cada día, el Estado tendría que financiar su gasto ordinario (servicios sociales, educación, sanidad, etc.) con los impuestos. En estos momentos de crisis hay que hacer que paguen más los que más tienen -siempre tendría que ser así- y dejar de demonizar el concepto de déficit de manera indiscriminada.
Aprovecho la reciente publicación de un artículo del ex-ministro Josep Borrell en Público para ilustrar esta idea.