Después de un tiempo de pensar si no estaría equivocado, de convencerme de que no lo estaba, y, sobre todo, de morderme la lengua para no estrellarme contra el muro inquebrantable de las cifras de ventas, por fin voy a atreverme a criticar públicamente la obra de Stieg Larsson. El detonante ha sido la lectura de las declaraciones del director teatral Àlex Rigola, quien se ha despachado a gusto en La Vanguardia del viernes 5 de febrero. Tampoco es que haya puesto a parir a la madre de todos los best-sellers, ni tampoco lo pretendo yo, pero no deja de parecerme una osadía que hay que reivindicar. ¡Qué alivio!
Vamos a contextualizar, no obstante, dichas declaraciones. En realidad, Rigola fue entrevistado por la reposición en el Teatre Lliure del montaje 2666, que él dirige, basado en la novela homónima de Roberto Bolaño. La obra fija la atención en la violencia extrema existente en un lugar que se identifica con Ciudad Juárez (México), una violencia que se ceba especialmente sobre las mujeres. De ahí a la comparación con la trama argumental básica de la trilogía Millennium el camino está trillado.
A continuación transcribo el pasaje preciso con el que me siento identificado. Aclaro que Rigola no me cae ni bien ni mal, simplemente no puedo juzgarle bajo ninguna premisa. Lo único que me interesa sacar a relucir es que, después de leer las dos primeras partes de Millennium, no quise seguir con la tercera por razones bastante parecidas a las expuestas:
"He leído a Larsson y me ha enganchado, pero su prosa es tramposa, artificial. Engancha la trama pero, al finalizar, te invade una sensación de pérdida de tiempo porque, para eso, mejor me voy al cine. Dedicar 30 horas a la lectura de una cosa superflua es más grave que dedicarle solamente dos. Y encima esa vacuidad se esconde tras la denuncia de la violencia de género. Para mí, 2666 es la verdadera novela denuncia de la violencia de género, porque nos cuenta los asesinatos reales de mujeres en Ciudad Juárez. En Larsson la violencia de género no es más que una excusa para la distracción, no hay calidad".
Pues sí, eso creo. A la obra de Larsson le sobran centenares de páginas, le falta verosimilitud en los momentos clave, y te deja con cara de tonto al cerrar el libro. En lo que no coincido es en dudar de la buena voluntad de Larsson, y tampoco en que no haya calidad en sus libros. Lo que pasa es que ésta está sobrevalorada (y la de Bolaño poco considerada por el gran público, añado).
Por si interesa, la entrevista en su integridad puede leerse pinchando aquí.
Estoy bastante de acuerdo contigo, aunque no con el Sr. Rigola, al que citas. Al igual que tú he leído los dos primeros libros y no el tercero porque no me apetece gastar más tiempo, la proporción chicha/nº de palabras es demasiado baja para mi gusto. Gastar, que no malgastar, porque me he entretenido, creo que es la finalidad de este tipo de libros y por ese motivo llegan a tanto público.
ResponderEliminarNo creo que Larsson pretendiera hacer de su libro una verdadera crítica a la violencia de género sino que realiza la denuncia a modo de guiño aprovechándolo para dibujarnos un personaje.
Amén a todo, Sandra. Se ha especulado mucho sobre si Larsson intentó exorcizar con el libro su pasividad ante la violación de una adolescente por parte de sus amigos. Es posible, pero también hay una radiografía de la sociedad sueca, algo común e intrínseco a este género de novela.
ResponderEliminarComo no hay dos sin tres, me apunto al carro. Mi experiencia con el libro de Larsson (yo ni siquiera pasé del primero) se resume en esta pequeña conversación que tuve el verano pasado con mi padre (adicto también a la lectura): Padre .- Oye Ana, no tengo nada para leer y me han dicho que el Larsson ese está bien. Hija .- Anda, papá pide un par de cervezas más que nos sentarán mucho mejor que sus libros. Y eso hicimos. Salut. (Anuska)
ResponderEliminarBueno, con mucho tiempo libre por delante y un par de cervezas de por medio, tampoco le hubiera sentado tan mal leer a Larsson, jeje...
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